BUENOS AIRES.- Bastante difícil será la parada para Néstor Kirchner en esta misión que le han confiado los presidentes de Sudamérica, para que le inyecte vitalidad a un organismo que hasta ahora era letra muerta. Y esta dificultad parece tener más que ver con sus modo de ser personal, más proclive a actuar como CEO y voz de mando de una empresa, sin tener que rendirle cuentas a nadie, antes que como gerente general.
Es sabido que Venezuela, Bolivia y Ecuador expresan regímenes donde la característica central es el neopopulismo de Estado, con similares patrones económicos: propensión a desbordes del gasto público, tarifas congeladas, baja inversión, poca inserción en los mercados y un riesgo país alto, más poco apego por el desborde de los precios. Por otro lado, Brasil, Uruguay, Perú y Colombia y ahora Chile, transitan situaciones de mercado, con improntas que van desde la izquierda capitalista hasta la derecha de corte neoliberal, pero con el denominador común de presentar situaciones fiscales holgadas.
La Argentina ha pendulado entre ambas visiones sin definir su pertenencia, lo que la deja a tiro de ser un buen componedor. No es menor, entonces, que un grupo tan diverso de países haya visto en Kirchner a un armador del juego de todos, para que la Unasur empiece a caminar de una vez por el mundo, ya casi superada la evidente pasividad del proyecto.
Pero más allá del respeto personal y político que le tienen muchos de los mandatarios, Kirchner deberá tomar nota que ya no es un primus ínter paris (el primero entre semejantes), sino un empleado jerarquizado de los presidentes. Habrá que ver cómo se siente en este rol tan novedoso para él, poco proclive a los protocolos. Habrá que comprobar si tiene la cintura necesaria para ejercer la misión que se le exige, algo que por historia personal, nada diplomática en su esencia, la resultará bien difícil de abordar. A Kirchner le obsesiona mandar, no ser mandado.